viernes, 19 de agosto de 2011

TERCIOPELO ROJO

(CUENTO DE BEATRIZ LILIANA ESLIMAN)


 Entreabrió la puerta de calle, tenía el presentimiento de que en la oscuridad del salón nadie lo estaba esperando. A tientas caminó por el corredor hasta que llegó al otro extremo y encendió la luz. Era un lugar especial, su única ventana permanecía cerrada y sus persianas bajas. No intentó siquiera abrirla, no consideraba que era necesario. Todo aún permanecía como la noche anterior, la cama deshecha por el movimiento de dos cuerpos que se exigieron con la promiscuidad de dos adolescentes impetuosos. El sillón de terciopelo rojo, aún era el espectador privilegiado de lo que hubo apenas unas pocas horas atrás. En la biblioteca decorosamente guardados se destacaban por su grosor el "Ulises" de Joyce, "La Montaña Mágica" de Tomas Mann y" Casa desolada" de Charles Dickens. Esté último era un presagio del presente en aquel lugar despoblado de lujos y con la austeridad cómplice que exige la lectura para desechar cualquier cosa que convide a desconcentrase.
   Se acercó a la luz tintineante del contestador, oprimió el botón y escucho una voz de mujer que decía - Olvídame Octavio, lo de ayer fue una tontería- sonrió tímidamente, como esperando esa voz y esas palabras; nada le asombraba. Fué a la cocina y se preparó un café fuerte, afuera el viento y el frío hacían escarchar hasta los arboles más añosos y experimentados.
   Sus manos llevaban el tazón humeante hasta la estancia desprolija, el aroma del café se mezclaba con el perfume de aquella mujer que huyó en la mañana. Octavio hubiera querido exclamar- ¡al fin te has descubierto!- pero estaba solo y le dió vergüenza.
  Necesitaba escuchar hablar, callar, memoria y olvido todo de una sola vez. Y en esa soledad sombría, buscó un disco, y María Callas fue la elegida para abandonar la hosca tempestad que le atormentaba hasta los tuétanos. No quiso llorar. Derramar una lágrima no la devolvería a su vida. Sentado en el mismo sofá de terciopelo rojo,  como el color de los labios de ella, casi recostado, miró al cielo raso en busca de inspiración divina que le fuera de ayuda. A cambio recibió la tenue imagen de un techo blanco y tan frío como la nieve que afuera todo lo poseía.
  Bebió su café lentamente, casi de idéntica forma como anoche había disfrutado del sabor y el aroma de aquella hermosa mujer no desconocida. Mientras tanto desde la vieja Biblioteca un estante le estaba dando la respuesta a todo en los libros de Marcel Proust, "En Busca del Tiempo Perdido"....

 ©copyrigth 2011. de Beatriz Liliana Esliman.(derechos reservados del autor)

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