Nadie me ha enseñado a prohibir,
por eso no prohibo, ni condeno.
Nadie me ha enseñado a sucumbir
al miedo, a la subordinación imperfecta.
Siempre he sido libre por derecho propio;
en mi vida no hubo vallas ni muros ciegos.
Si he tropezado fue porque no miré a tiempo,
aunque llorando, a mis lágrimas las secaba el viento.
No me asiste la culpa de lo que no pudo ser,
ni la nostalgia del recuerdo inútil y viejo.
Tengo manos que acarician al ajeno padecer,
y no me arrepiento del amor que sé ofrecer.
©copyrigth 2011. de Beatriz Liliana Esliman.(derechos reservados del autor)
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